“Un gran concierto de rock puede cambiar el mundo”.
Éramos tan ilusos. Confundíamos el indefinido mundo de la subjetividad con lo real, con lo irremediablemente concreto.
Un concierto de rock te puede partir el bocho, puede inyectar una dosis de adrenalina que tu ánimo desconocía, ser el instante más emotivo de tu existencia, marcar un antes y un después. En definitiva, te puede cambiar la vida. Todo esto no es otra cosa que, justamente, pura subjetividad. Afuera, inmutable, el mundo.
Smashing Pumpkins tocó en el Luna Park el jueves 18 de noviembre, noticia que de por sí bastaba para conmocionar a quienes tenemos un vínculo especial con la banda por todo lo que nos ha generado y transmitido, que ciertamente trasciende las fronteras de lo musical.
Con sólo verlo al pelado Billy Corgan en el escenario, iba a ser una noche memorable. Y el show, que tuvo como casi inevitables teloneros a El Otro Yo, no decepcionó. Tras un arranque un tanto tibio con canciones del último disco, al tercer tema terminó por encenderse la cosa con el hitazo Today.
Dada su significativa discografía y la larga lista de canciones-himno, era lógico que la selección de temas no dejaría conformes a todos. Quienes pensábamos que se estaban guardando 1979 para el final, la pifiamos. Misteriosamente, no la tocaron.
Los momentos más rockeros fueron Bullet with butterfly wings, Cherub rock, Tarantula y Zero. Los más emotivos: Tonight tonight, Ava Adore y las exquisitamente reversionadas interpretaciones de Shame y To Sheila del discazo Adore.
Smashing Pumpkins marcó profundamente a la generación que vivimos los noventas. Era inevitable alternar por momentos la energía rockera con una mezcla de nostalgia y emoción.
Promediando el show lo dejaron solo en escena al baterista, que se largó con un tremendo solo y recibió un audible grito de “grande Larusso” por parte de un espectador, dada la cómica semejanza que tenía con el Karate Kid Daniel San con esa vincha en el pelo. Más tarde, Billy Corgan se mandó una sesión de guitarra a lo Hendrix en la que tocó hasta con los dientes. Un fuera de serie. El otro guitarrista no se quedaba atrás, cuando se fusionan las dos guitarras generando esa distorsión tan característica de los Pumpkins, te ponen los pelos de punta. Toda la nueva banda que lo acompaña a Corgan en esta nueva etapa es muy sólida.
En los bises, Billy apareció solo con una guitarra acústica para hacer A stitch in time y el clásico de clásicos Disarm, en el momento más intimista de la noche. Luego se sumó el resto de los músicos para interpretar la bella canción By starlight y terminar a puro rock con Heavy metal machine, tras algo menos de dos horas de show. Muchos nos quedamos con ganas de más. Eran los Smashing Pumpkins...
Cuando asistís a un gran concierto de rock, te sumergís por un par de horas en una extraña ceremonia compartida fuera del tiempo y del espacio, donde el ambiente está enmarcado por un aura en el que hasta los sentidos perciben de otro modo. Afuera, rutinario, opaco, el mundo. El rock es otra cosa. Muere con el último acorde, pretendiendo subsistir un poco más con los aplausos y la ovación rogando una más. Pero el retorno a la realidad es inevitable. ¿Cómo va a cambiar al mundo el rock si están en distintos niveles ontológicos?
Había que apurarse para salir, al día siguiente se debía madrugar para cumplir horarios, casi a modo carcelario, ocupar oficinas, soportar ánimos alterados por banalidades para cuidar pellejo propio y dinero ajeno. El 140 tardó media hora. En las ya desoladas calles del microcentro porteño convertidas en basural, hombres y mujeres con sus chicos buscando un sustento de vida en los cartones que nosotros tiramos. El gran concierto de los Smashing Pumpkins nada había cambiado. Todo seguía insoportablemente igual.
estuve en el recital, reflejaste muy bien lo q se vivio, una noche muy especial. saludos
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