domingo, 8 de mayo de 2011

Por qué desaparecerán los cds y no los libros

     Una tradicional actividad de fin de semana a la tarde: buscar un buen compact tranquilo en la discoteca, tomar un libro interesante de los anaqueles y recostarse distendido un rato en compañía de ambos. Bueno, tal parece que esto no seguirá siendo así por mucho tiempo. Eso si nos dejamos llevar por sombríos vaticinios que nos despojan a uno y otro, libros y cds, de los tiempos venideros. Me sumaré a esos oscuros profetas pero para echar un poco de luz e intentar rescatar de ese funesto presagio al menos a los nobles libros. Los otros son casi insalvables.

I
     Una resuelta y cada vez más terminante agonía viene azotando a los discos compactos desde hace un tiempo. La primera señal de alarma fue el surgimiento de una de las mayores revoluciones sociales de los últimos tiempos, con todas las implicancias e infinitas posibilidades que arraigaba: internet. Allí se encontraba el germen, no aún la enfermedad mortal del compact disc; ésta aparecería hacia el final del milenio a través de Napster, el pionero sistema de intercambio de archivos cuyo logo era una especie de gato con auriculares y que ya permitía descargar música gratis; era el comienzo del fin para todo un emporio industrial. Ese engendro gatuno que regalaba canciones a jóvenes de todo el mundo le clavó los dientes a la industria discográfica y se la fue devorando de a poco, más tarde masticaron lo que quedó de ella el Kazaa, el Emule y hoy en día ya cualquiera intercambia archivos, discos enteros, en cualquier página web, mientras que  a las disqueras les estamos haciendo la extremaunción. ¿Dos, tres… cinco años? Imposible saber con certeza cuánto tiempo de vida les queda, pero es casi seguro que en el futuro los cds, si persisten, serán sólo material de nostálgicos, coleccionistas, de esa estirpe humana como los que hoy tienen tocadiscos por ejemplo.
     Con respecto al soporte en sí, es claro que el cd no tiene ninguna ventaja sobre el mp3, ya sea de índole estética, práctica o de traslado. Suele haber cierto sollozo en lo que atañe a la calidad del sonido, pero aunque en realidad el mp3 ya es bastante consistente en ese aspecto, igual existen otros formatos digitales de altísima calidad, muy superior a la del cd de audio.
     En soporte digital se pueden almacenar cientos de gigabytes, esto es miles y miles de canciones, y cada vez se genera más espacio de memoria en dispositivos más pequeños. En cambio, en un redondel de lata de 12 centímetros de diámetro (o cd), apenas caben unas 12 canciones. Tenés que oprimir “open”, aguardar que tu cada vez más obsoleto equipo escupa la bandeja de la compactera (si es que no está averiada y se queda tildada), que cargue el cd (no siempre con éxito) y todo lo demás. Si sólo querías escuchar un tema de ese disco y luego otra cosa, tenés que sacarlo, volver a guardarlo en la cajita correspondiente, poner el otro, volver a repetir el rito… Pérdida de tiempo, poca practicidad, posibles averías en el reproductor o en el compact mismo, es lo que nos ofrecía este formato.
     En cambio, la superioridad del mp3 es abismal, disponés de toda una enorme discografía toda junta, apenas haciendo un click escuchás la canción que querés, cambiás al instante por otro track de otro artista, de otro LP, el archivo no se puede dañar; son inocultables las ventajas que reviste el soporte digital. Hoy en día ya ni siquiera es necesario  descargar la canción que se desea escuchar, cada vez se consume más música on line, de manera instantánea, a través de páginas como Youtube, Myspace o Goear.
     No cabe la menor duda, el formato digital ya se impuso en el hábito social y el cd de a poco se nos va despidiendo.

II

     Ahora bien, no son pocos los que intentan imponer la certeza de que la misma suerte del efímero compact disc (que fue creado en el 80 y se popularizó bastante más tarde) correrá el legendario y proverbial libro, idea quizás promovida desde sectores con intereses en juego, como las editoriales digitales. Estos augurios de la muerte del libro también vienen, desde luego, de la mano de internet, ya que allí se consigue cualquier texto, gratuita e instantáneamente. Millones de libros y textos están colgados en la red dispuestos a ser leídos. Pero una lectura atenta requiere de concentración, silencio, encontrarse en un estado de comodidad y sosiego, atmósfera que raras veces se obtiene cuando se está frente a la computadora y conectado a internet, pendiente todo el tiempo del Msn, del mail, de Facebook, Twitter, etc. Aún imaginando que se alcanzara ese ambiente de serenidad frente a la pc, de cualquier forma leer en la pantalla es incomodísimo. Hace daño y provoca ardor a los ojos, no se puede subrayar (salvo pasando el archivo a Word, pero igual no es lo mismo), es bastante engorroso. De los libros que he bajado en formato PDF no he logrado leer ninguno, abandono a los pocos párrafos, ya ni siquiera descargo libros de la web porque sé que es en vano. Para leer un libro lo ideal es estar en un sillón o en la cama, lápiz en mano, poder hojear cuando se te da la gana, revisar páginas anteriores o posteriores, el índice, y no tener que andar subiendo y bajando con el mouse, y luego buscar el renglón que habías sombreado para encontrar en dónde te habías quedado, es realmente tedioso e impráctico. Internet estimula la lectura ágil, breve, inmediata: un mail, un post, como mucho un artículo, una noticia, un cuentito. Es magnífico para ello y facilita una fuente inagotable de material. Ahora, leer una obra de literatura, una novela o un libro de ensayos en la computadora, francamente parece imposible.
     Bien, descartada la pc como alternativa de reemplazo del libro, ha aparecido el e-book. Se trata de una suerte de libro electrónico, una tablita digital  del tamaño de una hoja (puede ser doble aunque no por lo general), en la cual se lee cualquier libro, previo almacenamiento del mismo. Es decir que es posible tener toda la bibliografía mundial archivada en esa hojita y disponer del texto que se quiera cuando se quiera. Claro que hoy por hoy el e-book no se encuentra todavía demasiado desarrollado, pero imaginémoslo en todo su potencial, figurémonos el e-book perfecto, como seguramente no se tardará en lograr. Uno que tenga la pantalla muy tenue con una vista muy similar a la del papel, que contenga todos los libros del mundo (supongamos que se haya digitalizado toda la bibliografía internacional y cada autor que edita un nuevo libro debe ingresarlo en el archivo mundial de e-books) y disponga de un lápiz óptico con el cual se pueda subrayar y luego esa hoja queda guardada tal como la subrayamos. Se estaría en presencia, dadas sus características, de un virtual libro, literalmente. Con la pequeña diferencia de que es a la vez todos los libros. Aquí nuestro clásico texto de papel ya no corre con la ventaja que le sacaba a la computadora, como el traslado y la comodidad. Quizás mantenga aún cierta primacía en lo que refiere al aspecto estético; un tradicional libro encuadernado, con la gráfica de tapa, solapa y demás, es mucho más bello que una insípida tablita electrónica, pero convengamos que esto sólo seduciría a los lectores más románticos, no así a la gente fría y pragmática. Se plantearía un escenario de convivencia, e-books y libros clásicos, sin la desaparición de nadie. Pero hay además otra ventaja del viejo libro más allá del factor estético, que es la existencia física simultánea de todas las páginas a la vez. Cuando se tiene un libro entre manos, la primera reacción natural es hojearlo. Constantemente revisamos un libro, nos adelantamos, chusmeamos, aunque no sirva de nada, tal vez para descansar unos segundos. Y aunque con el e-book sea también casi instantáneo (haciendo un click), no es lo mismo, uno no tiene todas las páginas ya, aquí, a mano; tiene sólo una, o a lo sumo dos, las otras están, pero virtualmente; están y no están. Es un plus a favor del tradicional libro esa necesidad que tenemos de poseer el todo disponible ya, a la vista; comprobar empíricamente la existencia de una totalidad, no quedarnos sólo con una parte. Por más que la diferencia de segundos entre hojear papeles y hacer uno o varios clicks en una tecla sea ínfima, influye psicológicamente el hecho de saber que se tiene la totalidad de modo palpable, en concreto, y no hipotéticamente. Hasta físicamente, hojear con los dedos los papeles, tocar la materia sensible, el olor del papel, antes que clickear en una fría pantalla, torna la relación con el clásico libro más cálida y vívida.
     Estas son las razones por las cuales me inclino a suponer que el e-book (mejor formato sustituto posible e imaginable del texto en papel) no reemplazará al libro y, si en alguna medida logra establecerse, no implicaría la desaparición del viejo libro.

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