miércoles, 29 de junio de 2011

River Plate: la violencia justificada


El descenso del Club Atlético River Plate a la segunda división del fútbol argentino, al margen de ser un golpe insólito y difícil de asimilar para buena parte del país, reafirma paradójicamente la grandeza popular de esta institución.
Un acontecimiento en el que más de sesenta y cinco mil personas están congregadas en un mismo lugar, sufriendo y llorando desconsoladamente, tanto niños, adolescentes, como gente mayor, mujeres, familias enteras, situación reproducida a lo largo y ancho de la geografía nacional, es un hecho social histórico que no se puede menospreciar. Sucesos de esa magnitud se dan muy excepcionalmente. Únicamente se asemeja a algo así, quizás, cuando muere una figura popular muy querida, como ocurrió por ejemplo el año pasado durante las exequias al ex presidente Néstor Kirchner, cuando miles de personas pasaron por la Casa Rosada a despedirlo notablemente conmovidas, por citar un ejemplo histórico muy reciente. En mucha mayor magnitud sucedió en 1974 en el funeral de Juan Domingo Perón.
Pero para provocar tamaña movilización social, no basta con ser figuras populares y queridas, ya que han fallecido numerosísimas personas que reunen estas condiciones, y que sin embargo no provocaron congregaciones masivas ni tremendas conmociones sociales. Tal estremecimiento nacional lo producen solamente personajes que generan una fervorosa pasión.
Esto nos da cuenta entonces de una obviedad: River Plate, al igual que todos los equipos de fútbol de la Argentina, no es una mera entidad deportiva; es sobre todo una pasión. Y las pasiones justamente se caracterizan por estar escindidas de la razón. Si uno se detiene a analizar fría y racionalmente el sentimiento hacia un cuadro de fútbol, seguramente llegará a la conclusión lógica de que ello constituye una ridiculez y que no tiene ningún sentido. Pero a la vivencia de una pasión no se llega como consecuencia de un análisis racional previo para su validación. Simplemente se siente o no se siente. Por lo tanto, es posible compartir o no esa pasión, pero lo que no se puede hacer es desautorizarla. El enamoramiento hacia una persona también es una pasión, y tal vez sometiéndolo a un estudio positivista pragmático llegaríamos a la misma conclusión de que es una ingenuidad sin sentido. Inclusive, uno puede no ser afectado por ese sentimiento, que tiene bastante de irracional, pero no por ello puede decir “mirá qué tonto aquél, está enamorado”. Entonces partimos de la base de que las pasiones pueden ser o no compartidas, pero deben siempre ser respetadas. Lo contrario es una posición extravagante e injustificadamente soberbia.
Otra característica importante de las pasiones es que son una fuente inagotable de fogosos sentimientos: alegría, euforia, ira, desazón, etc. Y tales emociones encarnadas vívidamente en nuestro espíritu como consecuencia de un hecho que atañe al objeto de nuestro apasionamiento, nos conducen a manifestar comportamientos exacerbados acordes al sentimiento producido. El enamorado que como un loco camina por la calle cantando de alegría a extraños al obtener una aceptación de su amada, representado algo estereotipadamente en el cine por ejemplo; o el propio enamorado que incurre en un acto extremo y desesperado como el suicidio en el caso de un rechazo, son muestras claras de que cuando nos vemos invadidos por sentimientos muy intensos, que son a los que suele conducir una gran pasión, obramos de acuerdo a cánones que se salen de lo normal o habitual. Por supuesto que según la personalidad de cada uno se puede exteriorizar más o menos esta sensación emocional interna.
Entonces, en tal sentido son totalmente comprensibles e incluso justificables los desmanes y destrozos que ocasionaron los hinchas de River luego del partido que los condenó al descenso, más allá de los discursos catequistas que han abundado en los medios de comunicación.
Si a usted le asesinan a su madre, no sabe cómo puede llegar a reponder, pero es probable que la primera reacción sea violenta. Si está en presencia del asesino, posiblemente hasta procure agredirlo. Y nadie lo juzgaría por tal acción en tanto esa agresión no se pase de la raya y llegue a mayores.
           Claro que no es equiparable el hecho de que asesinen a su madre con que descienda su club favorito, pero como dijimos, el fútbol para muchos es una pasión, como lo es el amor hacia una madre, y dentro de parámetros futbolísticos, sobre todo para un club como River, que te manden al descenso es como si mataran a tu madre. De hecho, quienes sienten al fútbol como una gran pasión, que en nuestro país son la mayoría, suelen manifestar que quieren a su equipo “más que a su madre”, en un recurso discursivo popularizado ante la insuficiencia de las palabras para describir semejante efusión, pero que ciertamente nos da un indicio elocuente del sentimiento hondo que profesan hacia dicho club.
Entonces, la reacción violenta ante la indignación por el daño causado a una de nuestras grandes pasiones, es comprensible y justificable, en la medida en que no se dañe de gravedad a nadie. Es decir, en el caso del descenso de River, tanto los destrozos al Monumental, como a comercios lindantes, son legítimos actos de exteriorización de una bronca muy grande por la afrenta a una gran pasión, no así el robo de mercadería, que es un acto delictivo que no se vincula con la manifestación de una violencia reprimida como fruto de una irritación pasional.
Incluso, y esta opinión seguramente sea más controversial aún, es entendible y defendible la agresión a quienes se los identifica como responsables (dirigentes, jugadores, técnico, etc.) de esta catástrofe deportiva que afecta enormemente a un objeto de pasión nacional como es River, y también a quienes nos impiden expresar esta genuina bronca (policía, agentes de seguridad, etc.), no así la embestida que trasciende la necesaria descarga de desasosiego moral, y reviste un evidente peligro de herir gravemente e incluso matar a alguien, como por ejemplo la acción de arrojar cascotes, hierros y demás objetos contundentes como los que fueron lanzados el domingo, algunos de ellos inauditos como un puesto de choripan.
Es cierto que esta justificación de la violencia en una medida inofensiva, o en todo caso no muy ofensiva, es provocadora y políticamente incorrecta. Este tipo de violencia sólo se justifica generalmente en el caso de reclamos “serios”, como por ejemplo en diciembre de 2001 en Argentina. Es decir, si el dinero que cierto sector de la sociedad tenía en el banco queda atrapado en un corralito, desde los medios y en la sociedad en general nadie va a demionizar a quienes destruyan bancos, vidrieras o agredan a agentes, lo mismo si es en una manifestación de rechazo a alguna medida política. esa violencia es entendible porque se afectó a la dignidad de la gente.
Ahora bien, tanto en los reclamos económicos como en los políticos, el único fin que se persigue es el bienestar material de sí mismo, o en el mejor de los casos, de un sector social o de la sociedad en su conjunto. Es decir, si tus objetivos son puramente utilitarios y materialistas (tu dinero en el banco, un salario mayor, un empleo, una vivienda, etc.), la violencia es justificada, pero si tus móviles son pasionales, no. Una sociedad que privilegia lo material por sobre lo emotivo y pasional, es impasible y utilitaria. Cierta medida razonable de violencia que no provoque daños mayores, es justificable, opino yo, ya sea en circunstancias en que sintamos que alguien mansilló nuestro ser desde un aspecto material (el gobierno al no brindarme un empleo o una vivienda, etc.),  como en un nivel emotivo o pasional (dirigentes y jugadores de un club que provocan el descenso del equipo de mis amores).
Este descenso es una afrenta al orgullo riverplatense, representa una mancha importante a la grandeza de River en su historia deportiva e institucional. Aunque River ascienda inmediatamente a la categoría A y vuelva a ganar todo, como es factible que ocurra, esta mácula va a ser recordada y será objeto de burla de los simpatizantes rivales de por vida. Basta tomar como ejemplo a Racing y San Lorenzo, que si bien descendieron hace unos treinta o veinte años, en los cánticos tribuneros se les recuerda siempre tal acontecimiento, “vos te fuiste a la B”, y no se hable más. En lo que sí ha quedado intacta la grandeza de River, e incluso pienso que se ha fortalecido aún más, es en la enorme pasión popular que genera. 
Pero esta herida es muy difícil de cicatrizar. Lo único que podría llegar a atenuar en cierta medida este inconcebible y pésimo momento que atraviesa el hincha de River, teniendo en cuenta el famoso "folklore" del fútbol, es que descienda Boca. Eso sólo aliviaría un poco su pesar, aunque no borrará del todo este mal trago perpetuo al que fue sometido por dirigentes y planteles que no estuvieron a la altura de la grandeza de la institución que representaban, y sobre todo, de su gente.

1 comentario:

  1. Muy buena la explicación de la pasión. River siempre será un grande!
    Saludos!

    A

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