En un reciente reportaje radial, el titular de la
Secretaría de Empleo dependiente del Ministerio de Trabajo, Miguel Ponte, quien
no desentona en la “Ceocracia” macrista ya que proviene del grupo Techint; efectuó
una declaración que refleja con inaudita claridad la concepción que el gobierno
tiene sobre los trabajadores, al comparar el proceso de contratar y despedir
empleados con el hábito de comer y defecar. Y citamos textual: “La posibilidad de entrada y salida del mundo laboral es una esencia
del sistema laboral. Como en el organismo lo es comer y descomer”, explica
el secretario, probablemente afecto a la biología. Al menos tuvo la delicadeza
de emplear el eufemismo “descomer”.
La expresión de Ponte no podía ser más esclarecedora, y configura
una metáfora ajustada a la mentalidad de clase (burguesa) que forma parte del ADN de este
gobierno. Los trabajadores vendríamos a ser como un pedazo de bife, nos
mastican, nos chupan todo el jugo, la sangre y cuando ya nos exprimieron todo,
tiran lo que quedó a la basura y luego nos
defecan. Este proceso es más breve cuando el pedazo está “podrido” o no se
adecua a sus gustos: lo expulsan inmediatamente (un trabajador combativo, “ineficaz”,
etcétera).
Sin dudas que no se trata de la mera frase desafortunada
de un funcionario -casualmente Secretario de Empleo- sino que estas definiciones se dan en el marco de un año de
gestión con cientos de miles de despidos y puestos de trabajo perdidos, tanto
en el sector privado como en el público; propuestas de flexibilización laboral
encubiertas bajo la promoción del “primer empleo” y las pasantías, que en realidad lo que
hacen es conceder a las empresas una herramienta formidable de explotación de jóvenes con salarios de miseria; la idea del nuevo ministro de Hacienda Nicolás Dujovne de reducir aportes patronales y
aumentar la edad jubilatoria, y la
firma de una reforma reaccionaria del convenio colectivo de trabajadores petroleros,
presentada como un “relanzamiento del proyecto de Vaca Muerta”, pero que no
hace sino liquidar derechos laborales como las horas extras, entre otros; modelo
que ya se pretende extender a otras ramas de la industria como la electrónica y
la textil. Todo esto, claro, con la anuencia de la burocracia sindical, a la
que han inmovilizado con un puñado de concesiones como los fondos de las obras
sociales, mientras, según datos del propio Indec, la mitad de los trabajadores gana
menos de 8 mil pesos, lo que constituye algo así como media canasta básica familiar; el
trabajo en negro asciende a casi un cuarenta por ciento y la pobreza a más del
30 por ciento de la población, aspectos presentes ya durante la “década
precarizada” gobernada por el kirchnerismo, lo cual plantea un escenario político
y social muy sombrío para el oficialismo y la oposición patronal.
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